domingo, 28 de noviembre de 2010

CAPÍTULO IV: Steinfjorden y el misterioso caso de las ovejas bañistas

En la mañana del 19 de agosto nos despertamos con las pilas cargadas. El sueño había sido reparador y la casa se veía más agradable y acogedora. Hacía sol, así que a Dani se le ocurrió que podíamos desayunar en la mesa que estaba fuera de la cabaña. Aunque en principio a algunos nos había parecido una idea un tanto surrealista resultó ser un desayuno de lo más agradable rodeados por la impresionante belleza del lugar. 

Nuestro plan para aquella mañana era relajado. Simplemente queríamos dar un paseo por El Fiordo de la Piedra (Steinfjord en noruego), que era donde nos encontrábamos. Así se lo contamos a Finn, el dueño de Torastua, que nos informó de algo interesante que veríamos en nuestro camino. Al parecer hace muchos muchos años (en la Prehistoria) el clima de la zona era más suave que ahora y por lo tanto hubo asentamientos humanos.

Así salimos alegres y abrigados a ver las maravillosas vistas. Pero, ¿era realmente necesario ir tan abrigados? Sí. No. Ambas respuestas son válidas. Es un híbrido de resonancia que pasa por diversas formas resonantes: chaqueta y todo lo demás, camiseta de manga corta, jersey y camiseta. Un extenuante cambio de ropa constante. Menos mal que algunos de nosotros encontramos formas de recuperar fuerzas, como Dani que se salía cada poco del camino a la caza de arándanos y yo reconozco que de vez en cuando también cogía alguno.


En nuestro camino nos encontramos algunos túmulos (muchas piedras amontonadas con aspecto de elemento funerario) y enormes piedras (o morrongos, como a mi me gusta llamarlos) que desafiaban a la gravedad y junto a estas otros elementos del paisaje Steinfjordano más llenos de vida. Las ovejas. Estos animalitos son una constante en estos parajes. Nunca sabes dónde te las vas a encontrar. En nuestro tramo por la parte montañosa las encontramos a la sombra de esas rocas que parecía que se iban a caer de un momento a otro.

En un determinado momento llegamos a un punto que conectaba la orilla con una pequeña península en medio del fiordo. Para llegar al otro lado tuvimos que atravesar un buen tramo de piedras de dudosa estabilidad. El 80% de las piedras se movían para donde les daba la gana y nadie cayó de puñetero milagro.

Entre las piedras, que eran el puente para no ir al agua, había basuras de todo tipo y procedencia llegadas gracias al curso de las mareas. Cuando por fin alcanzamos unas rocas más grandes y estables, ¿qué fue lo que nos encontramos? Ovejas en gang til (una vez más). Después de lo que me había costado llegar hasta ahí me hizo sentir estúpida ver que las ovejas estaban ahí tan panchas como diciendo con un aire de superioridad: Las he visto más rápidas.

 Una vez dejamos a las ovejas atrás continuamos caminando y caminando hasta el final de la península. La vista era maravillosa. Apoyados en una piedra que nos protegía del viento y el frío podíamos ver el mar abierto, que no es una cosa tan sencilla de ver en el país de los fiordos, y cuatro de las otras islas que componen el archipiélago de las Lofoten. El sol calentaba levemente haciendo que la temperatura fuera muy agradable. El sol. El mar. La montaña. La compañía. Fue uno de esos momentos para recordar. Estuvimos un rato relajándonos, tomando té, haciendo fotos al borde del abismo, simplemente disfrutando.

Cuando el hambre decidió que era un buen momento para regresar a Torastua dimos la vuelta. Atravesamos nuevamente las piedras movedizas dejando atrás a las ovejas. Las paradas en busca de arándanos por parte de Dani eran más frecuentes y los rugidos del estómago hacían que mi hermano y yo camináramos más rápido de lo habitual. Por fin alcanzamos la playa a través de la cual llegábamos a Torastua pero, ¿cuál sería nuestra sorpresa al ver lo que ahí nos esperaba? Allá en la arena estaban tumbadas unas ovejas tomando el sol. Una vez más la omnipresencia ovejil.

Preparamos la comida y la devoramos para recuperar fuerzas. De tarde nos esperaba Eggum.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Conectamos con ... El Pollo del Infierno

Debido a la preocupante proximidad de los exámenes la emisión de “La saga de Lofoten” va a estar temporalmente interrumpida. Por eso y porque ya estaba empezando a quedar fartuca de Lofoten. Hay que diversificar. Por eso aprovecho a contar cosinas nuevas de la semana pasada bueno, puede que no sean noticias superfrescas, pero teniendo en cuenta que estaba contando lo que hice en agosto no está tan mal.

Como iba diciendo el jueves pasado, día 18, fue el cumpleaños de Dani, acontecimiento que coincidió con el Salary Beer Day de su oficina (el día que reciben la paga se van a tomar unas cervezas). En esta ocasión el plan iba más allá de unas cervezas, así que a eso de las 6 de la tarde nos encontramos en la pizzería Hell’s Kitchen (llamada por algunos Hell’s Chicken = El pollo del infierno) un noruego, un vietnamita, un polaco, una checa, un franco-español y dos asturianinos. Es importante mencionar que este sitio es probablemente la mejor pizzería de toda la ciudad de Oslo. Digo probablemente porque hay quien dice que la mejor es Villa Paradiso, pero en esta última todavía no he tenido la oportunidad de entrar. De todos modos ambos locales están siempre hasta arriba de gente.

La cena transcurrió de forma tranquila entre pizzas y cervezas. Yo me deleité con la número 9 (ni) y sus deliciosas anchoas. Al parecer en el local se encontraba una celebrity local. Cuando digo local me refiero a que probablemente la conozca toda Noruega, pero yo no tengo ni idea de quien es. Esto ya nos pasó otra vez cuando aparecimos en medio de la première de Kommandør Treholt sin venir a cuento. La actriz en cuestión trabajaba en una serie que era el equivalente noruego de una serie americana.

Después nos pusimos de camino a nuestra próxima parada: la bolera. Allá esperábamos encontrarnos a  Nieves, pero debido a fallos con el GPS llegó un poquito más tarde. Empezamos a jugar. Tengo que reconocer que hasta entonces nunca había jugado a los bolos americanos, que no a los bolos en general. Cuando yo era joven, en el instituto en clase de educación física todos los años teníamos que jugar a los bolos asturianos, que también reciben el nombre de Cuatreada. Las normas son muy complicadas, sobre todo en lo que concierne al tema de la puntuación, así que me limitaré a destacar la diferencia básica respecto a los americanos. En la Cuatreada la bola no va por el suelo, sino por el aire. Dado que hay que lanzarla pesa considerablemente menos que la otra. La parte complicada es meterme eso en la cabeza. Quizás mi rendimiento bolístico el jueves pasado habría sido mayor si la bola hubiera viajado todo el tiempo por el suelo, pero no fue así. De todos modos hice algún que otro buen lanzamiento entre muchos lanzamientos fallidos. Me consuela que a todos nos pasaba lo mismo con la única diferencia de que mis buenos lanzamientos eran menos frecuentes. Finalmente el vencedor de la noche fue Dani (había que dejarle ganar que era su cumpleaños).










Tras la velada de bolos nos apetecía una cerveza bien fresquita a pesar de que en el exterior había unos cuantos grados bajo cero. Yo realmente necesitaba beber algo porque las anchoas son deliciosas pero traicioneras y tenía una sed impresionante. Después de recorrer varios bares sin encontrar sitio en ninguno (no es que estuvieran llenos, pero encontrar mesa para ocho es más difícil) terminamos en el Politiker’n. Es un local grande decorado con fotos diversas de diversos políticos y gente de la realeza. Allá disfrutamos de la cerveza y la conversación que versó sobre temas diversos.

Música:

D: Entonces tú eres soprano, ¿no?
P: No puedo ser soprano porque soy un hombre. Soy tenor.
Conversación en torno a los castrati.
D: Bueno, P, perdóname por haberte llamado tenor.

Supervivencia:

D: Hay que abrigarse bien la cabeza porque el 50% del calor del cuerpo se pierde por ahí.
M: Si vas muy abrigado y tienes calor no te laves (cara o manos) porque eso elimina una importante capa protectora de la piel.

No supervivencia:

M: El año pasado un tipo salió a la calle cuando hacía mucho frío. Como estaba muy borracho no notaba el frío y terminó muriendo congelado.

Viajes:

P: Vine desde la República Checa a Noruega en autobús porque me da miedo volar. Fueron 24 horas de viaje. (Una psicóloga).

Más o menos así transcurrió la noche hasta que fuimos para casa, porque era jueves y servidora los viernes tiene clase por la mañana. Eso es todo, hasta la próxima interrupción.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Capítulo III: Torastua

Llegamos a Torastua poco antes de la medianoche, lo cual no significa que cuando llegáramos fuera completamente de noche. De hecho, nunca lo fue, esa es parte de la magia del Círculo Polar en verano. Pero, ¿qué es Torastua? ¿Qué concepto se esconde detrás de este nombre? Aquellos que sepan noruego se habrán dado cuenta de que significa literalmente “el lugar de Tora”. Lo que nos conduce a la siguiente pregunta. ¿Quién es Tora? Pues una señora que estuvo viviendo ahí desde antes del año 1900 hasta el 1960. La casa, situada en el pueblo de Mærvoll a orillas del fiordo de Steinfjord y en la isla de Vestvågøy, se conserva prácticamente como en tiempos de Tora, salvo que hay zonas remodeladas. Llama la atención su color amarillo, pero sobre todo que tiene pelo. Bueno, esto es un decir, realmente el techo está cubierto de hierba, no seca, sino plantada, lo que hace que se encuentre aun más en comunión con el paisaje. 


Junto a la casa además había una mesa y unos bancos hechos con madera de árboles de Siberia. Esto se debe a que los ríos siberianos arrastran los troncos y van a parar al mar cuyas caprichosas mareas envían la madera a, por ejemplo, un fiordo noruego.

 
Al llegar estaba esperándonos el actual dueño de la cabaña, Finn, un señor noruego muy majo y muy hablador que nos estuvo enseñando nuestro hogar temporal durante un buen rato. Al llegar, cansados y con frío, entramos en contacto un tanto amargamente con una de esas costumbres que tienen los noruegos: nada de zapatos en casa. Dado que la cabaña aun no estaba caliente, caminar en calcetines junto al cansancio y que el señor tenía muchas ganas de hablar nos generó cierta mala hostieja. Así que nos fuimos todos a dormir un poco fartucos (hartos) de todo.
¡Ay! No hay nada como unas cuantas horas de sueño para ver las cosas desde otra perspectiva. La luz del día llenaba de alegría la casa. Era esta una cabaña muy antigua. En mi opinión es un museo etnográfico donde puedes dormir. Me recordó mucho al museo Skansen de Estocolmo. Empecemos por el principio, que asumo es la entrada.
Entramos en Torastua. Nos quitamos los zapatos para no ensuciar. Frente a la puerta principal se encuentra el baño. Llega ese momento tenso que todo el mundo sufre cuando va fuera de casa. Por favor, solo pido que el baño sea mínimamente decente. No sólo es decente, sino que está muy bien. Está totalmente nuevo y además la calefacción es digna de una sauna. Tengo que contar que mi primera visita a esa estancia resultó curiosa. ¿La razón? Al tirar de la cadena del inodoro empecé a oír un ruido que procedía de la ducha. La cosa se quedaría ahí si no fuera porque el ruido parecía el gruñido de un jabalí. Era un sonido que me resultaba hilarante y por eso cada vez que salía del baño lo hacía partiéndome de risa.
Salimos del baño y entramos en un espacio que conecta la entrada con el resto de la casa y de paso es la cocina. ¡Cuidado con la cabeza! Clonc. Demasiado tarde. El techo de la casa en general está bastante bajo, pero en el centro de la cocina hay una viga de madera muy zalamera que rebaja considerablemente la altura de dicha estancia. Por supuesto, la estatura que hace que mi hermano y yo nos salgamos de la media española, provocó innumerables colisiones con sus inherentes blasfemias. No me preguntéis cómo pero Dani, que mide exactamente lo mismo que yo, no se pegó ningún cabezazo. Otro de los elementos peculiares de esta zona era la cocina en sí misma, que como poco tendría unos 50 años. También era interesante el fregadero, que con su bajura permitía simultanear la labor de fregar de cacharros con la ducha.
Salimos por la siguiente puerta y giramos a la izquierda, de forma que vamos a parar a la salita. El techo es menos agresivo que en la cocina, aunque la abundancia de alfombras favorece el tropezón. Por no mencionar que el suelo era un tanto cóncavo, es decir, que estaba ahuevado y en más de una ocasión estuve a punto de caer de forma espontánea. Un sofá, alguna butaca, una mesa para comer y cuatro sillas. ¿Todas iguales? No. Una de ellas ocupaba una posición preferente, frente a la ventana, de cara al fiordo. A lo largo de los días que allí pasamos rotamos de forma que todos nos pudiéramos sentar en ese lugar y contemplar las vistas mientras comíamos. Entre los elementos más peculiares de la salita se encontraba un armario donde se guardaban los cubiertos que había pertenecido a la familia de Finn, el dueño de la cabaña. El mueble era tan antiguo que nos daba miedo hasta mirarlo por si se rompía. Cabe mencionar que en una de las ventanas había por la parte exterior un termómetro cuya escala era igual sobre y bajo cero. 



Al final de la salita había dos puertas, dispuestas simétricamente tras las cuales se escondían sendas habitaciones. A la derecha y de color rosa se encontraba la habitación de N. Esa era indefectiblemente su habitación. No es que el color rosa le guste exacerbadamente (no, ese sería el verde N) y que no se la dejara a nadie más, sino que era la única capaz de entrar en la cama. Con su 1.70m (aprox) de estatura estaba encajada en aquella pieza de museo. Esta habitación disponía además de una alegre a la par que enorme araña en la ventana, aunque afortunadamente se encontraba en el exterior.


La habitación contigua era la de mi hermano. ¿Cómo describir este recinto? Quizás la palabra más correcta sería cubículo. Es cierto que tenía las mismas dimensiones que la habitación de N, pero es que N no tiene las mismas dimensiones que M.A. El 1.88m de mi hermano era exactamente la misma medida que tenía el techo, así como el ancho, que ocupaba completamente la cama. Talmente parecía el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. Otro detalle peculiar de esta estancia es el papel pintado de las paredes que se extendía también al techo. El estampado de ¿flores? era absolutamente psicodélico e incitaba a tener sueños surrealistas. Comentamos que podría tener alucinaciones en las que vería ovejas caminar por el techo al estilo Trainspotting. Cabe mencionar que tanto en estas habitaciones como en la salita se podían observar en las paredes antiguos tapices con diversos motivos como, por ejemplo, un pato mordiéndole el trasero a un guaje (niño).


En el piso de arriba dormíamos Dani y yo. Al salir de la cocina a mano derecha nos encontramos unas escaleras. No eran unas escaleras habituales con sus escalones amplios y su barandilla. Eran unas escaleras torastuenses. Para empezar podríamos decir que era más bien una escala. Subir esto en calcetines lo hace más divertido porque el coeficiente de rozamiento es menor y el grado de hostiabilidad aumenta. Sin embargo, sí que había barandilla. Bueno, quizás no exactamente, pero en su lugar había una soga clavada desde el piso de abajo al de arriba que evitó en innumerables ocasiones que me cayera al subir o bajar (con los cabezazos ya tenía bastante). También contribuyó el descubrimiento por parte de Dani de un método para bajar que consiste en sentarse en el suelo del piso de arriba y dejar las piernas colgando, de modo que la escalera se reduce a sólo dos escalones, lo cual disminuye en gran medida la posibilidad de caída. 


Bueno, ya estamos arriba. ¿Cómo describir la estancia? ¿Ático? No. ¿Buhardilla? No. ¿Desván? Puede ser, aunque yo prefiero llamarlo tená. No teníamos exactamente una cama, sino más bien unos colchones situados en una especie de altillo al que se accedía subiéndose a una caja de madera y pasando a través de algo similar a una ventana que contaba con unas alegres cortinillas. Puede que así contado suene algo cutre, pero era muy adorable y acogedor. 


La cabecera, por llamarlo de alguna manera, estaba justo al lado de una ventanita que estaba de cara a las montañas. Muchas veces tratamos de ver a través de ella la aurora boreal, pero no hubo suerte. En el piso de arriba había también una habitación a la que no se podía acceder, aunque pudimos contemplarla desde la puerta. El motivo de la restricción era que habían estaba haciendo estudios en esa estancia y parece ser que la madera data del siglo XVIII, lo cual apoya la hipótesis de que Torastua es una pieza de museo. 

Junto a la casa había una especie de chabola, que en su día fue una cuadra, y donde había que ir a tirar la basura. Este recinto tenía un sofisticado sistema de cierre consistente en una tarabica.
Bueno, pues ahora que ya sabemos qué es Torastua podemos proseguir el relato de los acontecimientos, pero mejor otro día.

martes, 9 de noviembre de 2010

Capítulo II: Destino Torastua

Nuestra parada más septentrional tuvo lugar en una ciudad más bien pequeñita llamada Harstad. Existen anotaciones sobre este lugar en el manuscrito.
“Comimos en Harstad en algo similar a La Botica Indiana. Los locales se quedaron atónitos ante nuestra exoticidad. Hace un frío contundente a pesar de que el día es muy bueno. Hace mucho sol. Supongo que por eso la gente de por aquí va en manga corta mientras nosotros vamos en anorak.”
Después de comer y comprar provisiones volvimos al coche. Respecto al tema del aparcamiento del coche, cabe decir que nos libramos de una señora multa por unos minutos. Estaba en zona azul y a la hora que caducaba el ticket estábamos comiendo, por lo que hábil y ágilmente Dani se desplazó a toda hostia a renovarlo, encontrándose junto al vehículo a la controladora de parquímetros acechando cual buitre a la espera de ponerle multa. Algunos de los acontecimientos que sucedieron posteriormente aparecen descritos en el manuscrito.
(15:10)

“Salimos del aparcamiento de una base militar noruega. Queríamos ver el cañón de Hitler, pero la visita empezaba a las 15:00. Putadón. Al soldado que nos informó le quedó cara de susto al vernos por ahí pululando.”
Parece ser que había una señal que indicaba que había perros sueltos. Asumo que la cara de susto del chaval se debía a que eran perros dispuestos a atacar a intrusos. Tampoco nosotros sabíamos que el cañón de Hitler estaba en una base militar.
“P.D: Para llegar hasta la base vinimos detrás de un bonito camión de explosivos.”
“Antes de venir aquí estuvimos visitando un cementerio que parecía bastante antiguo. Había lápidas de los siglos XVIII y XIX.”
Junto al cementerio había también un monumento en honor a los soldados soviéticos que murieron en la construcción de las fortificaciones del cañón de Hitler.

“De momento no encontramos ningún alce, aunque la frecuencia de las señales que lo advierten me hace pensar que no tardaremos demasiado.”
Durante nuestro periplo hacia la cabaña que habíamos alquilado tomamos 2 ferries. Tenemos testimonios respecto al primero de ellos. En la siguiente foto se puede contemplar al ferry que alegremente acabábamos de perder.

Revsnes (16:45)

“Perdimos el ferry de las 16:00 por 10 minutos. Putadón. Así que nos toca esperar al siguiente en este pueblo donde tira un viento del carajo. Frío. Frío. Nunca había visto una concentración tan grande de medusas. Tras un ratín xelándonos oímos una alegre músiquita. ¿Qué puede ser en este sitio perdido? ¡¡La furgoneta de los helados!! Quisimos comprar uno, pero los vendía como poco de 12 en 12. ¡Surrealismo extremo! Mola.”
Finalmente subimos al ferry de Revsnes a Flesnes (los primeros, la foto de la pole position puede verse en el Capítulo I). A pesar de que estábamos helados, Dani, que cada vez es más noruego y se había quedado con las ganas, no pudo resistirse a tomar un båtis (helado de barco) y yo no pude resistirme a ayudarle.


Una vez llegamos a tierra y tras un par de horas de coche llegamos justo a tiempo para perder nuestro segundo ferry del día. Dicho ferry nos conduciría de Melbu a Fiskebøl, dejando atrás de este modo el archipiélago de Vesterålen y entrando en el de Lofoten. Dado que teníamos una hora de espera aprovechamos para ir a por provisiones al REMA 1000 (un supermercado, léase rema tusen) de Melbu. Hay una anotación al respecto en el bloc de notas.
“El pepemóvil iba a reventar y de vez en cuando probábamos su poderío quemando rueda por el Rema 1000 de Melbu.”
Lo que pasó en el aparcamiento del citado supermercado fue digno de Fórmula 1. Alonso échate a temblar que llega Dani. Es lo que tiene la gasolina y las salidas en cuesta (Dani ahora entiende mejor porque no me gustan los gasolinas).

Sin embargo, las adversidades no acabaron ahí, en el barquito sufrimos otras desventuras. La primera de ellas nada más subir. Dado que durante el último tramo había conducido Dani, el fue el afortunado al que le tocó la tarea de aparcar el pepemóvil en el ferry. Hay cosas que no son fáciles, y si hace tiempo que no coges un coche tratar de encajar uno en un barco cuando tienes a tu izquierda (muy cerca) una barandilla y detrás (muy muy cerca) un camión (piquiñín, de sólo unos 3 metros de altura) no es una tarea sencilla. Nuestro cubículo con ruedas consiguió finalmente estacionarse de forma adecuada sin recibir daño alguno (aunque estuvo cerca) a costa del sufrimiento de Dani. Por si fuera poco, el viento soplaba en cubierta y mucho, pero hay que reconocer que las vistas eran preciosas.



La pérdida del primer ferry, sumada a la del segundo, provocó que nos retrasáramos mucho, con lo que las optimistas estimaciones de Dani (7-8 horas) fueron ampliamente superadas (unas 11 horas). La llegada a Lofoten supuso una importante mejora en la situación alcil, puesto que la frecuencia de las señales de peligro por alce era menor, hasta finalmente desaparecer, pero a su vez la carretera empeoró sustancialmente. La puesta de sol nos pilló algo más allá de Svolvær. Hicimos una pequeña parada para contemplarla y continuamos nuestro camino. Existen algunas anotaciones sobre las aventuras y desventuras acaecidas en la carretera:
Nos atacó un monopatín que saltó a la carretera, es el que conocen como skate-alce. La carretera es toda una experiencia, un tobogán, y una aventura en cada curva y cada subida, en los puentes, en los carteles tapados por escayos.
Por fin, después de muchas desventuras llegamos a Borg y al poco encontramos la desviación que habría de llevarnos a nuestro destino final. Sin embargo, el último tramo de carretera fue el más complejo. Para empezar no había indicaciones claras en los cruces, por suerte Dani ya había estado por aquellas carreteras hace unos tres años, aunque fuera sólo una vez y de día. Tuvimos que cruzar un túnel donde las paredes eran de roca vista y parecía que nos adentrábamos dentro de una cueva donde al final estaría esperándonos el mismísimo Odín. A la salida nos encontramos una curva cerrada. Jooooder. Seguimos unos metros más y descubrimos unas rejillas que generaron un muy elevado grado de vibración dentro del coche. Por supuesto, no supimos que estaban ahí hasta que no pasamos por encima. La carretera se estrechaba más y más. La carretera era cada vez menos carretera. La carretera se convirtió en una caleya (camino estrecho sin asfaltar) para conducirnos a nuestro ansiado destino: TORASTUA.

martes, 2 de noviembre de 2010

Interrumpimos la emisión

Interrumpimos la emisión de La saga de Lofoten para comunicarles que debido a un problema técnico nos tenemos que parar, pero lo peor de todo es que no podemos hacer café ni comida caliente. La pregunta que se hace el lector: “¿Qué gvcnxjestroncios me estás contando? La respuesta: eso viene a ser lo que te dice un conductor de tren noruego cuando estás viajando de Oslo a Bergen y de pronto el cacharro se para sin venir a cuento. No podemos servir café ni comida caliente.
Como se puede intuir el fin de semana pasado Dani y yo nos fuimos a visitar Bergen aprovechando que él tenía que participar en una competición. El episodio que acabamos de narrar tuvo lugar durante el viaje de ida con interesantes resultados. Después de una hora parados, el tren consiguió llegar hasta la siguiente estación, donde nos subimos a otro que nos llevaría a Bergen. Problema: el segundo tren era más pequeño que el primero. ¡Sálvese quien pueda! Putada: estábamos en el último vagón, y los últimos serán los últimos en el reino de NSB. Tratar de encontrar asientos en la categoría que nos correspondía era algo imposible. Todo lleno. Tuvimos que conformarnos con el vagón familiar. Para hacerse una idea de cómo iba el tren, mientras Dani investigaba si había sitio en primera, estaba yo sentada y en el asiento de al lado estaban nuestras dos maletas. Pues se me acerca un señor noruego y me pregunta que si el asiento está libre. No sé si las maletas eran transparentes a sus ojos o pretendía sentarse sobre ellas, pero la respuesta estaba clara: ¡Nei! Tenemos un documento gráfico donde se muestra la situación.


 Después de varias horas de tren (que no paraba de moverse, es el tren más inestable que haya visto nunca) conseguimos plaza en primera, así que ya íbamos más cómodos. La pena es que no pude disfrutar la expansión debido a un mareo horrible. Finalmente a eso de la una de la madrugada, después de más de nueve horas de tren llegamos a Bergen. No se puede decir que el recibimiento que nos dio la ciudad fuera frío, sino más bien mojado. Llovía. No es de sorprender, al fin y al cabo es Bergen, La Ciudad de la Lluvia. Un pequeño detalle con el que no contaba era el adoquinado de las calles. No soy muy amiga de los adoquines, aunque reconozco que dan un aire más entrañable. De todos modos cuando tienes que ir tirando por una maleta el esfuerzo necesario se triplica (al menos según los cálculos que hice en ese momento, que lo mismo tampoco son demasiado fiables). Tras atravesar toda la ciudad de Bergen bajo la lluvia logramos encontrar nuestro hotel y disfrutar de nuestro merecido descanso.
Nos levantamos a la mañana siguiente a una hora espabilada (8:30) con el fin de no ir a desayunar en hora punta. El desayuno fue buenísimo. Todo buffet que disponga de arenques cuenta con mi beneplácito. Posteriormente salimos decididos a ver la ciudad a la luz del día con la grandísima suerte de coincidir con una de las escasas visitas que el Sol hace a Bergen. Dado que se encuentra rodeada de siete colinas (se la equipara a Roma) nos dispusimos a subir a una de ellas en un adorable funicular para disfrutar de las vistas de la ciudad. Precioso. Unos días antes estuvo nevando y aun había mucha nieve (mucha para una langreanina, para una noruega será poca). Las vistas de la ciudad eran espectaculares, aunque quedaba patente que el centro es pequeño. Avilés es mucho más grande aunque sea la segunda ciudad más grande del país.


Seguidamente decidimos bajar y tras un breve paseo nos encaminamos hacia el hotel para comer (la tortilla de Dani y mi arroz con leche viajero, todo un mito) puesto que mi chico tenía una competición de natación por la tarde. Una vez en el hotel me dio por preguntarle a qué hora empezaba el evento. “Espera que te lo miro. 13:30. ¿Qué hora es ahora?” ¡¡¡13:10!!! Salimos disparados en dirección a la piscina, aunque reconozco que yo deserté antes de llegar porque tanta colina me mata. Eso sí, de vuelta al hotel compré unos calcetines de lana de esos que llegan a medio muslo (si es que no resbalan) que me salvaron de la congelación esa misma noche.
Una vez recuperé fuerzas me fui a dar un paseo cámara de fotos en mano en plan guiri (dado que esto es Noruega considero que aquí la guiri soy yo). Sol, nieve, un laguito, curiosas iglesias, casitas de color pastel, cuestas, adoquines, más cuestas y algunas de las escaleras más complejas que haya visto en mi vida.


Después del agradable paseo me reuní con Dani y fuimos al hotel a fin de engalanarnos porque el equipo de natación local celebraba un banquete para los participantes en la competición y remiendos apegaos como yo. Tras coger un autobús, subir otra cuesta más (si no la hubiera no sería Bergen) y atravesar un complejo tramo de nieve y hielo llegamos sanos y salvos al local del banquete, exceptuando un hongkonguense que resbaló cayéndole así la bolsa donde llevaba las cervezas, como consecuencia de ello un botellín se rompió y el zumo de malta quedó derramado sobre la blanca nieve (esas cosas en Noruega duelen mucho).
Tras un rato de iniciación etílica de los noruegos previa a la cena pude proseguir mis estudios sobre el etanol y la socialización escandinava. Partimos de la base de que un noruego nunca empezará a hablarte a no ser que quiera algo. Este hecho fue expuesto tal cual por mi profesora de noruego y constatado por mi experiencia en este país hasta el momento. Sin embargo, en presencia de etanol los noruegos son capaces de empezar a hablarte, aunque no quieran algo de ti. Bueno, dejemos las teorías sociológicas y volvamos al relato de los acontecimientos. La comida era supuestamente española: tapas. En estas tierras tienen un extraño concepto de las tapas, que se asemejan más a la comida china que a otra cosa. Rollitos de primavera typical spanish. De todos modos la cena fue muy prestosa (agradable) hasta llegar al punto en que la Hansa (cerveza de Bergen por excelencia y que no se encuentra entre mis favoritas) me resultaba placentera al paladar.
A medida que avanzaba la noche también pude comprobar que, al igual que el resto de los mortales, los noruegos elevan el volumen de su voz de forma proporcional a la concentración de etanol en sangre y entran en la bien conocida fase de los cánticos, aunque no sabría decir si eran regionales o no porque mis conocimientos sobre el bokmål son limitados y los berguenianos tienden al guegueo.
Una vez nos cansamos abandonamos la fiesta. De la que salíamos Dani me señaló una pequeña obra de arte conceptual que se mostraba ante nuestros güeyinos (ojos) junto a la puerta del local. Cubitos de hielo sobre  una placa de hielo. Algún noruego los habría tirado ahí. Es como arrojar una cerilla encendida al fuego. Curioso. La noche estaba preciosa pero hacía un frío del copón, con lo cual mi yo de ese momento se alegró mucho de que mi yo de esa tarde comprara unos supercalcetines de lana.

 
A la mañana siguiente visitamos el mercado de pescado, el castillo y las casas del Bryggen. Hechas de madera, tienen unos cuantos siglos a sus espaldas, así como el encanto de la historia de uno de los puertos más importantes de Noruega, que en otro tiempo le dio la capitalidad de la nación a esta pequeña ciudad. Proseguimos con nuestro paseo y encontramos frente al mar y para mi sorpresa un enorme tótem indio regalo de la ciudad de Seattle, con la que Bergen está hermanada, entre otras muchas.


Después de comer nos dirigimos al hotel para recoger las maletas y encaminarnos a la estación donde cogimos el tren de vuelta a casa, en esta ocasión sin contratiempos.