domingo, 23 de enero de 2011

Maremagnum

Mi semestre parece haber sufrido una concentración y se ha comprimido prácticamente en dos meses. Mañana empiezo dos laboratorios de analítica y de orgánica que duran respectivamente 4 y 7 semanas. Cualquiera que haya pasado por unos laboratorios de Química sabrá el desgaste que supone. Así que entre eso y los necesarios informes que tendré que hacer no creo que tenga fuerzas suficientes para escribir en el blog. Y eso por no mencionar que en el plazo de unas 7 semanas tengo que hacer un proyecto sobre Química de Materiales. El deber como química me llama, así que lamentándolo mucho no voy a poder escribir tanto como quisiera. Espero sobrevivir. Hasta cuando pueda.

lunes, 17 de enero de 2011

Dani Beína ¿París-lona?

Beína informa: Ya estoy en Oslo otra vez tras haber pasado varias semanas en mi patria querida y tras haber cogido algún que otro kilo. La culpa es de la comida, que sabe demasiado bien. ¿Y qué tal el viaje? ¿Fue tranquilo? Pues no.

Nuestro vuelo salía a las 07:40, lo cual implica un madrugón de los buenos, de esos que te hacen levantarte a las 5 de la mañana. Aunque fue peor el de mi viaje de ida (03:00), que no sabía si irme a dormir o quedarme despierta y hacer doblete. Al final opté por dormir porque había tenido un examen a primera hora, después me fui de compras navideñas, luego a hacer la maleta y finalmente a cenar y tomar unas cervezas (el futbolín desgasta mucho). Pero de esto ya hace casi un mes, lo cual significa que me estoy desviando de lo que estaba escribiendo inicialmente.

Como iba diciendo nuestro vuelo salía temprano, sin embargo las circunstancias hicieron que Dani llegara a última hora. Tensión con la facturación. No pudimos hacer el check-in online con anterioridad porque allá por diciembre cuando él fue a Asturias tuvo muchos problemas con los vuelos y la nieve. Que no puedan despegar los aviones en París porque caigan cuatro copos de nieve me parece propio de un país de pandereta. Sólo menciono París porque el Charles de Gaulle era el aeropuerto por el que teníamos que pasar, no porque no considere vergonzoso que otros países europeos e incluso imperiales se queden bloqueados por unos copitos que a los países nórdicos no les hacen ni cosquillas. Lo que quería decir es que con la nieve de los días 19 y 20 de diciembre (cabe mencionar que yo fui el 18 y no tuve ningún problema excepto que me perdieron la maleta), Dani tuvo que hacer muchísimos cambios de vuelo y al final ni se sabía cuál era el identificador de su reserva.

Para ganar tiempo pusieron que las dos maletas eran mías y a Dani le dieron una tarjeta de embarque sólo hasta París. Tensión. Nervios. Todavía teníamos que pasar el control de seguridad. Despedidas a la velocidad de la luz. Pasamos el control de seguridad. Nos subimos a las escaleras mecánicas. ¡Mierda! La puerta a la que tenemos que ir no estaba en el piso de arriba. Venga, para abajo con el equipaje de mano a la carrera. Llegamos a la puerta y ahí estaba esperando el autobús que nos llevaría al avión. Luego nos pasamos un buen rato en el exterior esperando para entrar acompañados de la noche, la lluvia, el viento y el olor a queroseno, pero contentos porque habíamos logrado nuestro objetivo de coger el avión.

El vuelo transcurrió con tranquilidad y llegó a Charles de Gaulle a la hora establecida. Una vez allí arreglamos todo para el siguiente, el que nos llevaría a Oslo, y una vez acabamos nos dirigimos a nuestro destino temporal: París. Habíamos planeado una visita relámpago a la ciudad de la luz, donde yo no había estado aún.

Nuestra primera visita fue la catedral de Notre Dame. ¿Qué puedo decir? Me encanta el Gótico, así que Notre Dame también me encantó. El único problema fue la constante falta de tiempo. Habrá que volver en otra ocasión con más tranquilidad.

Después de Notre Dame nos encaminamos al Louvre, aunque sólo fuera verlo por fuera, ya que si lo hubiéramos querido ver por dentro tendríamos que recorrer las salas en moto. No es que no quisiéramos verlo, es que era imposible, y para quedar a medias valía más no entrar.




Tras recuperar fuerzas con unos bocatas en el Jardín de las Tullerías nos encaminamos a nuestro siguiente objetivo: la Torre Eiffel. Caminamos durante un rato largo hasta llegar a esta inmensa estructura. Una vez llegamos, nos dedicamos a esquivar a los innumerables vendedores de llaveros de la torre que, ante el reducido número de turistas de enero, agobiaban a los pocos que había. Entonces, justo debajo de la torre, justo en el centro, me dio por mirar hacia arriba y entonces vi una imagen impresionante y diferente, ese ángulo que no se suele enseñar. Me encantó, fue una tontería, pero me hizo mucha ilusión descubrir ese punto de vista. Por supuesto, como persona despistada que soy, a pesar de que me gustó la imagen se me olvidó hacer una foto en esa posición. Vaya cabecina tengo…

El tiempo se nos iba acabando así que continuamos caminando para ver la torre con un poco más de perspectiva. Entonces sí nos acordamos de sacar la foto.





Finalmente decidimos coger el metro para regresar al aeropuerto y no estar apurados como en la primera etapa del viaje, recordemos que esto no era un viaje a París, sino nuestro viaje de vuelta a casa. No tuvimos problemas en Charles de Gaulle salvo que a mí me debieron de ver cara de llevar un machete dentro de la bota y me hicieron descalzarme. Con la pereza que me da desatarme y atarme las botas. Eso sí esta vez me dieron unos plásticos extraños para no mancharme los calcetines, la vez anterior que estuve allí me hicieron descalzarme y no me dieron nada. Vale. Por fin consigo pasar el control y me encuentro a Dani al otro lado con cara de llevar esperando un rato. 

B: ¿No te hicieron descalzarte?
D: No.
B: Grrrchpff.

Nuestras botas son casi idénticas.

Sala de espera. Nos subimos al avión. Ningún problema durante el vuelo. Llegada a Oslo “mayaos” (agotados) por la suma de madrugón, tensión por la posibilidad de perder el vuelo, caminata por todo el centro de París y las agujetas que me acompañaban desde Cenera. Nos encontramos frente a la cinta de las maletas. La mía salió prontín (mira qué bien). Yo me sentía agobiada porque Dani estaba en el Duty Free y no me veía capaz de reconocer su recién estrenada maleta. Afortunadamente llegó en el momento preciso en que emergía su equipaje. Desafortunadamente su equipaje estaba … hmm, no sabría cómo expresarlo. Creo que el único uso que se le podría dar a una maleta en ese estado es el de obra de arte vanguardista, surrealista a la par que abstracta, que no expondrían ni en el Museo Coconut (del cual ya hablaremos otro día porque es para echarle de comer aparte). Para ser exactos y precisos, la maleta estaba hecha una puta mierda. Estaba rota por varios lados y tenía una rueda metida hacia dentro. Esas cosas no hacen demasiada ilusión cuando sabes que el camino hacia tu casa está lleno de nieve.

Finalmente logramos llegar a nuestro hogar después de esquivar un montón de yonkis mientras tirábamos de nuestras pesadas maletas. La de Dani dibujaba curiosas líneas en la nieve recién caída, que eran de todo menos rectas. Tres pisos sin ascensor después pudimos disfrutar de nuestro merecido descanso.

P.D: No sufráis por la maleta de Dani, porque consiguió una nueva y mejor por cortesía de Air France. A ver si está le dura más de un viaje.

domingo, 9 de enero de 2011

Fartucos en Cenera

Hay una pequeña cosa que hace que no me sienta demasiado en equilibrio en con el Universo estos días. Dije que iba a escribir mucho estas Navidades y resulta que al final sólo subí una entrada. No paro en ningún momento y cuando lo hago suele suceder que estoy fartuca (en este caso, llena de comida). Teniendo en cuenta que me esperan unos cuantos meses en Noruega, ¿quién puede resistirse a la maravillosa comida asturiana? Ahora vuelvo a sentirme así, pero la cafeína me está ayudando a escribir. La razón por la cual hoy estoy fartuca es la clásica escapada navideña que Dani y yo hacemos a un adorable y extraordinariamente hyggelig hotelito rural en Cenera.

Llegamos ayer de noche para empezar a disfrutar del fin de semana con una deliciosa cena que incluía entre otras cosas escalopines al cabrales.  Hmmm, ¡qué ricos! Son una de mis múltiples debilidades gastronómicas. Después de deleitar nuestros paladares nos fuimos a dar un paseo por el pueblo, que es uno de los más bonitos de la zona (al menos en mi opinión). La noche nos regaló un precioso cielo despejado que nos permitió ver la Vía Láctea y, entre otras, constelaciones como Orión o Tauro (¡por fin consigo ver la cabeza del toro!). 

A la mañana siguiente, es decir esta mañana, nos fuimos a desayunar. Café, zumito de naranja recién exprimido, casadielles, tostadas con mantequilla y deliciosa mermelada de arándanos y bizcocho, este último no fui capaz de comerlo (con todo el dolor de mi corazón) porque ya estaba muy fartuca y no podía más. 

Tras el avituallamiento y con el fin de recuperar nuestro equilibrio con el Universo nos fuimos de caminata para así compensar la sucesión de fartures (comilonas) a las que nos llevamos exponiendo desde que llegamos a esta nuestra patria querida. Así que empezamos a caminar por el valle de Cuna y Cenera. Primero fuimos hasta Villar de Gallegos y luego hasta Gallegos vía Miruxeo, para regresar a Cenera. 




Tres horas de caminata y aproximadamente unos 15km (a ojo) para disfrutar de las vistas del valle y de las precipitaciones líquidas, esas que ya casi había olvidado en Noruega. 








También sufrimos las inclemencias del barro y las pendientes y me reencontré con mi viejo archienemigo, el humus. Digo viejo porque cuando empecé a lidiar con el hielo allá por Octubre el humus se quedó obsoleto.   

Tras la caminata quedamos bastante mayaos (cansados) así que el cuerpo nos pedía una ducha y recuperar fuerzas. ¡Ale, otra vez a comer! Cabe la posibilidad de que seamos levemente fartones (glotones), pero también somos de la filosofía del Carpe diem. Vive el momento, que luego vas a Frederike (la cantina de la UiO) y te ponen pescado hervido con una inmensa patata hervida y sin pelar junto a media panoya (mazorca de maiz) y se te quita el hambre con sólo mirarlo.

El solomillo de cerdo ibérico con setas, Brie y compota de manzana es uno de mis platos favoritos del Restaurante La Panoya, que es de los mismos propietarios que el Hotel Rural Cenera (!Consulte la sección de ofertas!). También recomiendo la ensalada de salmón ahumado con frutas del tiempo, la combinación es excelente. Lo mejor de este sitio es que la calidad de la comida es excelente y los precios son muy buenos.

Lo malo de que todo esté tan rico es que comes y comes y cuando te quieres dar cuenta estás fartucu. Así que como el cuerpo pedía siesta pues a eso nos dedicamos. La tarde pasó casi sin que nos diéramos cuenta y ahora mientras escribo estas líneas reposo las deliciosas carrilleras de cerdo ibérico al Pedro Ximénez de la cena. 

Probablemente la próxima entrada la escribiré ya desde tierras nórdicas y desde mi ordenador, con el que no tengo que sufrir el teclado noruego de este Apple. Hasta pronto.