martes, 23 de agosto de 2011

FrIKimiCaS

Ese es el nombre de mi nuevo proyecto, o al menos intento, de webcómic del cual soy guionista y dibujante. El dibujo deja bastante que desear, soy consciente de ello, pero si te paras a pensar que lo máximo que he dibujado en los últimos años son moléculas, pues ya parece que no está tan mal. He tratado de mantener una estética naive a la par que kitsch por no decir que es un poco cutre, pero me da igual. He disfrutado haciendo esta tira y seguramente haré más. Que ustedes lo disfruten.

viernes, 12 de agosto de 2011

CAPÍTULO VII: Playa tropiártica. Con el frío en los talones.

Proseguimos nuestro camino por carretera hacia Å, no sin antes detenernos en un hermoso paraje: la playa de Skagsanden (Flakstad). Es una larga y solitaria playa de arena blanca y aguas cristalinas que poco tiene que envidiar a las playas tropicales. Quizás sólo un pequeñísimo detalle. 

Decidimos dar un paseo a la orilla del mar, para ello había que cruzar antes un pequeño riachuelo, así que para no mojar las botas nos descalzamos. Al fin y al cabo era verano, tampoco podía ser tan terrible. Dani iba a la vanguardia, pues quería darse un baño, y nos esperaba ya al otro lado sonriente.

D: Venga, Bea, pasa que está caliente.

Beína con la mosca detrás de la oreja empieza a cruzar.

B: No se por qué me da que voy a soltar una…¡¡¡BLASFEMIAAAA!!!

Dicen que cuando el río suena agua lleva, pues cuando yo sospecho del río es porque está muy frío. El agua estaba gélida hasta el punto de sentir dolor. Un dolor que no volví a experimentar hasta que llegó el invierno (pero en versión seca). Ese tipo de dolor que te lleva a pensar: “Si me paso mucho rato con los pies aquí dentro creo que tendrán que cortármelos”. Sin embargo, la temperatura del agua no impidió que Dani se bañara en el mar dos veces. Debe estar hecho de otro material ultraresistente al frío. Parece un anti-Targaryen (referencia sólo apta para frikis de Juego de Tronos, como yo).

Tras los baños, los paseos, las fotos y el correteo decidimos dejar la playa a los turistas jubilados alemanes que acababan de llegar. Nos acercamos al coche poco a poco. Yo me quedé un poco rezagada porque siempre tardo mil años en atarme mis enormes botas. Fue entonces cuando vi algo muy raro. Era un hombre vestido con un mono azul que caminaba con paso decidido frente a mí. “A lo mejor es un pescador”, pensé, pero a medida que se acercaba pude ver más detalles. Detalles inquietantes. Tenía la cara desfigurada y poco amigable y además en la mano llevaba una especie de gancho o arpón, no sé muy bien qué era. Posiblemente era un utensilio de pesca, pero fuera lo que fuera era muy puntiagudo. Me empecé a poner nerviosa. Me había quedado sola. El hombre empezó a gritar enfadado algo incomprensible a alguien imaginario mientras agitaba el gancho con la mano. ¡Un loco peligroso! Pasé unos segundos de auténtico terror mientras caminaba lo más rápido posible tratando de evitar el contacto visual con ese tipo. Hasta que lo crucé. Se quedó atrás. No se dirigió a mí para nada. Se fue hacia los turistas alemanes y empezó a gritarles. Ellos se reían porque sabían que realmente era un animador de su excursión gastándoles una broma. Cuando por fin estuve con Dani me dijo que se imaginaba que era algo así porque lo había visto salir del autocar de los alemanes y que lo que llevaba era una careta.

Continuará.

lunes, 1 de agosto de 2011

CAPÍTULO VI: Camín de Å (primera parte)

En nuestro tercer día en Lofoten teníamos por objetivo llegar hasta el final. Hasta el final de la carretera al final de la última isla del archipiélago de las Lofoten. Allí se encontraba un pueblo que se llama Å, y que se pronuncia “O”. Nos esperaba un largo viaje por carretera. Un viaje donde experimentamos muchas de las vicisitudes posibles en estas tierras del norte de Noruega. La primera de ellas fue un par de chalaos que iban caminando por la carretera cargados con maletas. Un rato después de encontrarlos nos detuvimos a estirar las piernas y de paso a ver el paisaje que entre otras cosas contaba con un bonito valle glaciar.


Continuamos nuestro periplo por carretera hasta llegar a un lugar patrimonio de la Unesco: Nusfjord. Se trata de un pueblo de pescadores donde la infraestructura principal es el puerto, en torno al cual se distribuyen casitas típicas de color rojo. Hay también secaderos de tørfisk,  donde se cuelga el pescado, generalmente bacalao, para que se seque al aire. Pero como fuimos en verano los secaderos estaban vacíos.




En Nusfjord también hay un pequeño museo dedicado a la pesca y a la elaboración del aceite de hígado de bacalao, tan nutritivo como repugnante, y restaurantes que ofrecen pescado de forma peculiar.



En este pequeño pueblo descubrimos cosas interesantes como la cantidad de holandeses que hay en el norte de Noruega, que los chalaos de las maletas eran rápidos, pues habían llegado a Nusfjord casi al mismo tiempo que nosotros; o la alegría con la que una estrella de mar puede devorar un pescao ¿Bacalao o caballa? Se admiten sugerencias.


A pesar de que Nusfjord era un lugar encantador, debíamos proseguir nuestro viaje. Fue entonces justamente al abandonar el pueblo cuando se cruzó en nuestro camino un rebaño de ovejas. Al llegar donde estaban con el coche muchas se apartaron, pero no todas. Una de ellas, acompañada  por sus dos corderitos, se quedó clavada en medio de la carretera mirándonos de forma desafiante. Era una mirada aviesa, digna de un duelo de película del oeste. Una mirada de “o tú o yo”. Pero teníamos que seguir, así que Dani se bajó del coche para ahuyentar al bicho, no sin cierto grado de acojonamiento, pues la oveja parecía tener mal carácter, pero finalmente la maniobra tuvo éxito.

Continuará.