lunes, 17 de enero de 2011

Dani Beína ¿París-lona?

Beína informa: Ya estoy en Oslo otra vez tras haber pasado varias semanas en mi patria querida y tras haber cogido algún que otro kilo. La culpa es de la comida, que sabe demasiado bien. ¿Y qué tal el viaje? ¿Fue tranquilo? Pues no.

Nuestro vuelo salía a las 07:40, lo cual implica un madrugón de los buenos, de esos que te hacen levantarte a las 5 de la mañana. Aunque fue peor el de mi viaje de ida (03:00), que no sabía si irme a dormir o quedarme despierta y hacer doblete. Al final opté por dormir porque había tenido un examen a primera hora, después me fui de compras navideñas, luego a hacer la maleta y finalmente a cenar y tomar unas cervezas (el futbolín desgasta mucho). Pero de esto ya hace casi un mes, lo cual significa que me estoy desviando de lo que estaba escribiendo inicialmente.

Como iba diciendo nuestro vuelo salía temprano, sin embargo las circunstancias hicieron que Dani llegara a última hora. Tensión con la facturación. No pudimos hacer el check-in online con anterioridad porque allá por diciembre cuando él fue a Asturias tuvo muchos problemas con los vuelos y la nieve. Que no puedan despegar los aviones en París porque caigan cuatro copos de nieve me parece propio de un país de pandereta. Sólo menciono París porque el Charles de Gaulle era el aeropuerto por el que teníamos que pasar, no porque no considere vergonzoso que otros países europeos e incluso imperiales se queden bloqueados por unos copitos que a los países nórdicos no les hacen ni cosquillas. Lo que quería decir es que con la nieve de los días 19 y 20 de diciembre (cabe mencionar que yo fui el 18 y no tuve ningún problema excepto que me perdieron la maleta), Dani tuvo que hacer muchísimos cambios de vuelo y al final ni se sabía cuál era el identificador de su reserva.

Para ganar tiempo pusieron que las dos maletas eran mías y a Dani le dieron una tarjeta de embarque sólo hasta París. Tensión. Nervios. Todavía teníamos que pasar el control de seguridad. Despedidas a la velocidad de la luz. Pasamos el control de seguridad. Nos subimos a las escaleras mecánicas. ¡Mierda! La puerta a la que tenemos que ir no estaba en el piso de arriba. Venga, para abajo con el equipaje de mano a la carrera. Llegamos a la puerta y ahí estaba esperando el autobús que nos llevaría al avión. Luego nos pasamos un buen rato en el exterior esperando para entrar acompañados de la noche, la lluvia, el viento y el olor a queroseno, pero contentos porque habíamos logrado nuestro objetivo de coger el avión.

El vuelo transcurrió con tranquilidad y llegó a Charles de Gaulle a la hora establecida. Una vez allí arreglamos todo para el siguiente, el que nos llevaría a Oslo, y una vez acabamos nos dirigimos a nuestro destino temporal: París. Habíamos planeado una visita relámpago a la ciudad de la luz, donde yo no había estado aún.

Nuestra primera visita fue la catedral de Notre Dame. ¿Qué puedo decir? Me encanta el Gótico, así que Notre Dame también me encantó. El único problema fue la constante falta de tiempo. Habrá que volver en otra ocasión con más tranquilidad.

Después de Notre Dame nos encaminamos al Louvre, aunque sólo fuera verlo por fuera, ya que si lo hubiéramos querido ver por dentro tendríamos que recorrer las salas en moto. No es que no quisiéramos verlo, es que era imposible, y para quedar a medias valía más no entrar.




Tras recuperar fuerzas con unos bocatas en el Jardín de las Tullerías nos encaminamos a nuestro siguiente objetivo: la Torre Eiffel. Caminamos durante un rato largo hasta llegar a esta inmensa estructura. Una vez llegamos, nos dedicamos a esquivar a los innumerables vendedores de llaveros de la torre que, ante el reducido número de turistas de enero, agobiaban a los pocos que había. Entonces, justo debajo de la torre, justo en el centro, me dio por mirar hacia arriba y entonces vi una imagen impresionante y diferente, ese ángulo que no se suele enseñar. Me encantó, fue una tontería, pero me hizo mucha ilusión descubrir ese punto de vista. Por supuesto, como persona despistada que soy, a pesar de que me gustó la imagen se me olvidó hacer una foto en esa posición. Vaya cabecina tengo…

El tiempo se nos iba acabando así que continuamos caminando para ver la torre con un poco más de perspectiva. Entonces sí nos acordamos de sacar la foto.





Finalmente decidimos coger el metro para regresar al aeropuerto y no estar apurados como en la primera etapa del viaje, recordemos que esto no era un viaje a París, sino nuestro viaje de vuelta a casa. No tuvimos problemas en Charles de Gaulle salvo que a mí me debieron de ver cara de llevar un machete dentro de la bota y me hicieron descalzarme. Con la pereza que me da desatarme y atarme las botas. Eso sí esta vez me dieron unos plásticos extraños para no mancharme los calcetines, la vez anterior que estuve allí me hicieron descalzarme y no me dieron nada. Vale. Por fin consigo pasar el control y me encuentro a Dani al otro lado con cara de llevar esperando un rato. 

B: ¿No te hicieron descalzarte?
D: No.
B: Grrrchpff.

Nuestras botas son casi idénticas.

Sala de espera. Nos subimos al avión. Ningún problema durante el vuelo. Llegada a Oslo “mayaos” (agotados) por la suma de madrugón, tensión por la posibilidad de perder el vuelo, caminata por todo el centro de París y las agujetas que me acompañaban desde Cenera. Nos encontramos frente a la cinta de las maletas. La mía salió prontín (mira qué bien). Yo me sentía agobiada porque Dani estaba en el Duty Free y no me veía capaz de reconocer su recién estrenada maleta. Afortunadamente llegó en el momento preciso en que emergía su equipaje. Desafortunadamente su equipaje estaba … hmm, no sabría cómo expresarlo. Creo que el único uso que se le podría dar a una maleta en ese estado es el de obra de arte vanguardista, surrealista a la par que abstracta, que no expondrían ni en el Museo Coconut (del cual ya hablaremos otro día porque es para echarle de comer aparte). Para ser exactos y precisos, la maleta estaba hecha una puta mierda. Estaba rota por varios lados y tenía una rueda metida hacia dentro. Esas cosas no hacen demasiada ilusión cuando sabes que el camino hacia tu casa está lleno de nieve.

Finalmente logramos llegar a nuestro hogar después de esquivar un montón de yonkis mientras tirábamos de nuestras pesadas maletas. La de Dani dibujaba curiosas líneas en la nieve recién caída, que eran de todo menos rectas. Tres pisos sin ascensor después pudimos disfrutar de nuestro merecido descanso.

P.D: No sufráis por la maleta de Dani, porque consiguió una nueva y mejor por cortesía de Air France. A ver si está le dura más de un viaje.

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