domingo, 9 de enero de 2011

Fartucos en Cenera

Hay una pequeña cosa que hace que no me sienta demasiado en equilibrio en con el Universo estos días. Dije que iba a escribir mucho estas Navidades y resulta que al final sólo subí una entrada. No paro en ningún momento y cuando lo hago suele suceder que estoy fartuca (en este caso, llena de comida). Teniendo en cuenta que me esperan unos cuantos meses en Noruega, ¿quién puede resistirse a la maravillosa comida asturiana? Ahora vuelvo a sentirme así, pero la cafeína me está ayudando a escribir. La razón por la cual hoy estoy fartuca es la clásica escapada navideña que Dani y yo hacemos a un adorable y extraordinariamente hyggelig hotelito rural en Cenera.

Llegamos ayer de noche para empezar a disfrutar del fin de semana con una deliciosa cena que incluía entre otras cosas escalopines al cabrales.  Hmmm, ¡qué ricos! Son una de mis múltiples debilidades gastronómicas. Después de deleitar nuestros paladares nos fuimos a dar un paseo por el pueblo, que es uno de los más bonitos de la zona (al menos en mi opinión). La noche nos regaló un precioso cielo despejado que nos permitió ver la Vía Láctea y, entre otras, constelaciones como Orión o Tauro (¡por fin consigo ver la cabeza del toro!). 

A la mañana siguiente, es decir esta mañana, nos fuimos a desayunar. Café, zumito de naranja recién exprimido, casadielles, tostadas con mantequilla y deliciosa mermelada de arándanos y bizcocho, este último no fui capaz de comerlo (con todo el dolor de mi corazón) porque ya estaba muy fartuca y no podía más. 

Tras el avituallamiento y con el fin de recuperar nuestro equilibrio con el Universo nos fuimos de caminata para así compensar la sucesión de fartures (comilonas) a las que nos llevamos exponiendo desde que llegamos a esta nuestra patria querida. Así que empezamos a caminar por el valle de Cuna y Cenera. Primero fuimos hasta Villar de Gallegos y luego hasta Gallegos vía Miruxeo, para regresar a Cenera. 




Tres horas de caminata y aproximadamente unos 15km (a ojo) para disfrutar de las vistas del valle y de las precipitaciones líquidas, esas que ya casi había olvidado en Noruega. 








También sufrimos las inclemencias del barro y las pendientes y me reencontré con mi viejo archienemigo, el humus. Digo viejo porque cuando empecé a lidiar con el hielo allá por Octubre el humus se quedó obsoleto.   

Tras la caminata quedamos bastante mayaos (cansados) así que el cuerpo nos pedía una ducha y recuperar fuerzas. ¡Ale, otra vez a comer! Cabe la posibilidad de que seamos levemente fartones (glotones), pero también somos de la filosofía del Carpe diem. Vive el momento, que luego vas a Frederike (la cantina de la UiO) y te ponen pescado hervido con una inmensa patata hervida y sin pelar junto a media panoya (mazorca de maiz) y se te quita el hambre con sólo mirarlo.

El solomillo de cerdo ibérico con setas, Brie y compota de manzana es uno de mis platos favoritos del Restaurante La Panoya, que es de los mismos propietarios que el Hotel Rural Cenera (!Consulte la sección de ofertas!). También recomiendo la ensalada de salmón ahumado con frutas del tiempo, la combinación es excelente. Lo mejor de este sitio es que la calidad de la comida es excelente y los precios son muy buenos.

Lo malo de que todo esté tan rico es que comes y comes y cuando te quieres dar cuenta estás fartucu. Así que como el cuerpo pedía siesta pues a eso nos dedicamos. La tarde pasó casi sin que nos diéramos cuenta y ahora mientras escribo estas líneas reposo las deliciosas carrilleras de cerdo ibérico al Pedro Ximénez de la cena. 

Probablemente la próxima entrada la escribiré ya desde tierras nórdicas y desde mi ordenador, con el que no tengo que sufrir el teclado noruego de este Apple. Hasta pronto.

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