lunes, 1 de agosto de 2011

CAPÍTULO VI: Camín de Å (primera parte)

En nuestro tercer día en Lofoten teníamos por objetivo llegar hasta el final. Hasta el final de la carretera al final de la última isla del archipiélago de las Lofoten. Allí se encontraba un pueblo que se llama Å, y que se pronuncia “O”. Nos esperaba un largo viaje por carretera. Un viaje donde experimentamos muchas de las vicisitudes posibles en estas tierras del norte de Noruega. La primera de ellas fue un par de chalaos que iban caminando por la carretera cargados con maletas. Un rato después de encontrarlos nos detuvimos a estirar las piernas y de paso a ver el paisaje que entre otras cosas contaba con un bonito valle glaciar.


Continuamos nuestro periplo por carretera hasta llegar a un lugar patrimonio de la Unesco: Nusfjord. Se trata de un pueblo de pescadores donde la infraestructura principal es el puerto, en torno al cual se distribuyen casitas típicas de color rojo. Hay también secaderos de tørfisk,  donde se cuelga el pescado, generalmente bacalao, para que se seque al aire. Pero como fuimos en verano los secaderos estaban vacíos.




En Nusfjord también hay un pequeño museo dedicado a la pesca y a la elaboración del aceite de hígado de bacalao, tan nutritivo como repugnante, y restaurantes que ofrecen pescado de forma peculiar.



En este pequeño pueblo descubrimos cosas interesantes como la cantidad de holandeses que hay en el norte de Noruega, que los chalaos de las maletas eran rápidos, pues habían llegado a Nusfjord casi al mismo tiempo que nosotros; o la alegría con la que una estrella de mar puede devorar un pescao ¿Bacalao o caballa? Se admiten sugerencias.


A pesar de que Nusfjord era un lugar encantador, debíamos proseguir nuestro viaje. Fue entonces justamente al abandonar el pueblo cuando se cruzó en nuestro camino un rebaño de ovejas. Al llegar donde estaban con el coche muchas se apartaron, pero no todas. Una de ellas, acompañada  por sus dos corderitos, se quedó clavada en medio de la carretera mirándonos de forma desafiante. Era una mirada aviesa, digna de un duelo de película del oeste. Una mirada de “o tú o yo”. Pero teníamos que seguir, así que Dani se bajó del coche para ahuyentar al bicho, no sin cierto grado de acojonamiento, pues la oveja parecía tener mal carácter, pero finalmente la maniobra tuvo éxito.

Continuará.

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