martes, 9 de noviembre de 2010

Capítulo II: Destino Torastua

Nuestra parada más septentrional tuvo lugar en una ciudad más bien pequeñita llamada Harstad. Existen anotaciones sobre este lugar en el manuscrito.
“Comimos en Harstad en algo similar a La Botica Indiana. Los locales se quedaron atónitos ante nuestra exoticidad. Hace un frío contundente a pesar de que el día es muy bueno. Hace mucho sol. Supongo que por eso la gente de por aquí va en manga corta mientras nosotros vamos en anorak.”
Después de comer y comprar provisiones volvimos al coche. Respecto al tema del aparcamiento del coche, cabe decir que nos libramos de una señora multa por unos minutos. Estaba en zona azul y a la hora que caducaba el ticket estábamos comiendo, por lo que hábil y ágilmente Dani se desplazó a toda hostia a renovarlo, encontrándose junto al vehículo a la controladora de parquímetros acechando cual buitre a la espera de ponerle multa. Algunos de los acontecimientos que sucedieron posteriormente aparecen descritos en el manuscrito.
(15:10)

“Salimos del aparcamiento de una base militar noruega. Queríamos ver el cañón de Hitler, pero la visita empezaba a las 15:00. Putadón. Al soldado que nos informó le quedó cara de susto al vernos por ahí pululando.”
Parece ser que había una señal que indicaba que había perros sueltos. Asumo que la cara de susto del chaval se debía a que eran perros dispuestos a atacar a intrusos. Tampoco nosotros sabíamos que el cañón de Hitler estaba en una base militar.
“P.D: Para llegar hasta la base vinimos detrás de un bonito camión de explosivos.”
“Antes de venir aquí estuvimos visitando un cementerio que parecía bastante antiguo. Había lápidas de los siglos XVIII y XIX.”
Junto al cementerio había también un monumento en honor a los soldados soviéticos que murieron en la construcción de las fortificaciones del cañón de Hitler.

“De momento no encontramos ningún alce, aunque la frecuencia de las señales que lo advierten me hace pensar que no tardaremos demasiado.”
Durante nuestro periplo hacia la cabaña que habíamos alquilado tomamos 2 ferries. Tenemos testimonios respecto al primero de ellos. En la siguiente foto se puede contemplar al ferry que alegremente acabábamos de perder.

Revsnes (16:45)

“Perdimos el ferry de las 16:00 por 10 minutos. Putadón. Así que nos toca esperar al siguiente en este pueblo donde tira un viento del carajo. Frío. Frío. Nunca había visto una concentración tan grande de medusas. Tras un ratín xelándonos oímos una alegre músiquita. ¿Qué puede ser en este sitio perdido? ¡¡La furgoneta de los helados!! Quisimos comprar uno, pero los vendía como poco de 12 en 12. ¡Surrealismo extremo! Mola.”
Finalmente subimos al ferry de Revsnes a Flesnes (los primeros, la foto de la pole position puede verse en el Capítulo I). A pesar de que estábamos helados, Dani, que cada vez es más noruego y se había quedado con las ganas, no pudo resistirse a tomar un båtis (helado de barco) y yo no pude resistirme a ayudarle.


Una vez llegamos a tierra y tras un par de horas de coche llegamos justo a tiempo para perder nuestro segundo ferry del día. Dicho ferry nos conduciría de Melbu a Fiskebøl, dejando atrás de este modo el archipiélago de Vesterålen y entrando en el de Lofoten. Dado que teníamos una hora de espera aprovechamos para ir a por provisiones al REMA 1000 (un supermercado, léase rema tusen) de Melbu. Hay una anotación al respecto en el bloc de notas.
“El pepemóvil iba a reventar y de vez en cuando probábamos su poderío quemando rueda por el Rema 1000 de Melbu.”
Lo que pasó en el aparcamiento del citado supermercado fue digno de Fórmula 1. Alonso échate a temblar que llega Dani. Es lo que tiene la gasolina y las salidas en cuesta (Dani ahora entiende mejor porque no me gustan los gasolinas).

Sin embargo, las adversidades no acabaron ahí, en el barquito sufrimos otras desventuras. La primera de ellas nada más subir. Dado que durante el último tramo había conducido Dani, el fue el afortunado al que le tocó la tarea de aparcar el pepemóvil en el ferry. Hay cosas que no son fáciles, y si hace tiempo que no coges un coche tratar de encajar uno en un barco cuando tienes a tu izquierda (muy cerca) una barandilla y detrás (muy muy cerca) un camión (piquiñín, de sólo unos 3 metros de altura) no es una tarea sencilla. Nuestro cubículo con ruedas consiguió finalmente estacionarse de forma adecuada sin recibir daño alguno (aunque estuvo cerca) a costa del sufrimiento de Dani. Por si fuera poco, el viento soplaba en cubierta y mucho, pero hay que reconocer que las vistas eran preciosas.



La pérdida del primer ferry, sumada a la del segundo, provocó que nos retrasáramos mucho, con lo que las optimistas estimaciones de Dani (7-8 horas) fueron ampliamente superadas (unas 11 horas). La llegada a Lofoten supuso una importante mejora en la situación alcil, puesto que la frecuencia de las señales de peligro por alce era menor, hasta finalmente desaparecer, pero a su vez la carretera empeoró sustancialmente. La puesta de sol nos pilló algo más allá de Svolvær. Hicimos una pequeña parada para contemplarla y continuamos nuestro camino. Existen algunas anotaciones sobre las aventuras y desventuras acaecidas en la carretera:
Nos atacó un monopatín que saltó a la carretera, es el que conocen como skate-alce. La carretera es toda una experiencia, un tobogán, y una aventura en cada curva y cada subida, en los puentes, en los carteles tapados por escayos.
Por fin, después de muchas desventuras llegamos a Borg y al poco encontramos la desviación que habría de llevarnos a nuestro destino final. Sin embargo, el último tramo de carretera fue el más complejo. Para empezar no había indicaciones claras en los cruces, por suerte Dani ya había estado por aquellas carreteras hace unos tres años, aunque fuera sólo una vez y de día. Tuvimos que cruzar un túnel donde las paredes eran de roca vista y parecía que nos adentrábamos dentro de una cueva donde al final estaría esperándonos el mismísimo Odín. A la salida nos encontramos una curva cerrada. Jooooder. Seguimos unos metros más y descubrimos unas rejillas que generaron un muy elevado grado de vibración dentro del coche. Por supuesto, no supimos que estaban ahí hasta que no pasamos por encima. La carretera se estrechaba más y más. La carretera era cada vez menos carretera. La carretera se convirtió en una caleya (camino estrecho sin asfaltar) para conducirnos a nuestro ansiado destino: TORASTUA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario