martes, 2 de noviembre de 2010

Interrumpimos la emisión

Interrumpimos la emisión de La saga de Lofoten para comunicarles que debido a un problema técnico nos tenemos que parar, pero lo peor de todo es que no podemos hacer café ni comida caliente. La pregunta que se hace el lector: “¿Qué gvcnxjestroncios me estás contando? La respuesta: eso viene a ser lo que te dice un conductor de tren noruego cuando estás viajando de Oslo a Bergen y de pronto el cacharro se para sin venir a cuento. No podemos servir café ni comida caliente.
Como se puede intuir el fin de semana pasado Dani y yo nos fuimos a visitar Bergen aprovechando que él tenía que participar en una competición. El episodio que acabamos de narrar tuvo lugar durante el viaje de ida con interesantes resultados. Después de una hora parados, el tren consiguió llegar hasta la siguiente estación, donde nos subimos a otro que nos llevaría a Bergen. Problema: el segundo tren era más pequeño que el primero. ¡Sálvese quien pueda! Putada: estábamos en el último vagón, y los últimos serán los últimos en el reino de NSB. Tratar de encontrar asientos en la categoría que nos correspondía era algo imposible. Todo lleno. Tuvimos que conformarnos con el vagón familiar. Para hacerse una idea de cómo iba el tren, mientras Dani investigaba si había sitio en primera, estaba yo sentada y en el asiento de al lado estaban nuestras dos maletas. Pues se me acerca un señor noruego y me pregunta que si el asiento está libre. No sé si las maletas eran transparentes a sus ojos o pretendía sentarse sobre ellas, pero la respuesta estaba clara: ¡Nei! Tenemos un documento gráfico donde se muestra la situación.


 Después de varias horas de tren (que no paraba de moverse, es el tren más inestable que haya visto nunca) conseguimos plaza en primera, así que ya íbamos más cómodos. La pena es que no pude disfrutar la expansión debido a un mareo horrible. Finalmente a eso de la una de la madrugada, después de más de nueve horas de tren llegamos a Bergen. No se puede decir que el recibimiento que nos dio la ciudad fuera frío, sino más bien mojado. Llovía. No es de sorprender, al fin y al cabo es Bergen, La Ciudad de la Lluvia. Un pequeño detalle con el que no contaba era el adoquinado de las calles. No soy muy amiga de los adoquines, aunque reconozco que dan un aire más entrañable. De todos modos cuando tienes que ir tirando por una maleta el esfuerzo necesario se triplica (al menos según los cálculos que hice en ese momento, que lo mismo tampoco son demasiado fiables). Tras atravesar toda la ciudad de Bergen bajo la lluvia logramos encontrar nuestro hotel y disfrutar de nuestro merecido descanso.
Nos levantamos a la mañana siguiente a una hora espabilada (8:30) con el fin de no ir a desayunar en hora punta. El desayuno fue buenísimo. Todo buffet que disponga de arenques cuenta con mi beneplácito. Posteriormente salimos decididos a ver la ciudad a la luz del día con la grandísima suerte de coincidir con una de las escasas visitas que el Sol hace a Bergen. Dado que se encuentra rodeada de siete colinas (se la equipara a Roma) nos dispusimos a subir a una de ellas en un adorable funicular para disfrutar de las vistas de la ciudad. Precioso. Unos días antes estuvo nevando y aun había mucha nieve (mucha para una langreanina, para una noruega será poca). Las vistas de la ciudad eran espectaculares, aunque quedaba patente que el centro es pequeño. Avilés es mucho más grande aunque sea la segunda ciudad más grande del país.


Seguidamente decidimos bajar y tras un breve paseo nos encaminamos hacia el hotel para comer (la tortilla de Dani y mi arroz con leche viajero, todo un mito) puesto que mi chico tenía una competición de natación por la tarde. Una vez en el hotel me dio por preguntarle a qué hora empezaba el evento. “Espera que te lo miro. 13:30. ¿Qué hora es ahora?” ¡¡¡13:10!!! Salimos disparados en dirección a la piscina, aunque reconozco que yo deserté antes de llegar porque tanta colina me mata. Eso sí, de vuelta al hotel compré unos calcetines de lana de esos que llegan a medio muslo (si es que no resbalan) que me salvaron de la congelación esa misma noche.
Una vez recuperé fuerzas me fui a dar un paseo cámara de fotos en mano en plan guiri (dado que esto es Noruega considero que aquí la guiri soy yo). Sol, nieve, un laguito, curiosas iglesias, casitas de color pastel, cuestas, adoquines, más cuestas y algunas de las escaleras más complejas que haya visto en mi vida.


Después del agradable paseo me reuní con Dani y fuimos al hotel a fin de engalanarnos porque el equipo de natación local celebraba un banquete para los participantes en la competición y remiendos apegaos como yo. Tras coger un autobús, subir otra cuesta más (si no la hubiera no sería Bergen) y atravesar un complejo tramo de nieve y hielo llegamos sanos y salvos al local del banquete, exceptuando un hongkonguense que resbaló cayéndole así la bolsa donde llevaba las cervezas, como consecuencia de ello un botellín se rompió y el zumo de malta quedó derramado sobre la blanca nieve (esas cosas en Noruega duelen mucho).
Tras un rato de iniciación etílica de los noruegos previa a la cena pude proseguir mis estudios sobre el etanol y la socialización escandinava. Partimos de la base de que un noruego nunca empezará a hablarte a no ser que quiera algo. Este hecho fue expuesto tal cual por mi profesora de noruego y constatado por mi experiencia en este país hasta el momento. Sin embargo, en presencia de etanol los noruegos son capaces de empezar a hablarte, aunque no quieran algo de ti. Bueno, dejemos las teorías sociológicas y volvamos al relato de los acontecimientos. La comida era supuestamente española: tapas. En estas tierras tienen un extraño concepto de las tapas, que se asemejan más a la comida china que a otra cosa. Rollitos de primavera typical spanish. De todos modos la cena fue muy prestosa (agradable) hasta llegar al punto en que la Hansa (cerveza de Bergen por excelencia y que no se encuentra entre mis favoritas) me resultaba placentera al paladar.
A medida que avanzaba la noche también pude comprobar que, al igual que el resto de los mortales, los noruegos elevan el volumen de su voz de forma proporcional a la concentración de etanol en sangre y entran en la bien conocida fase de los cánticos, aunque no sabría decir si eran regionales o no porque mis conocimientos sobre el bokmål son limitados y los berguenianos tienden al guegueo.
Una vez nos cansamos abandonamos la fiesta. De la que salíamos Dani me señaló una pequeña obra de arte conceptual que se mostraba ante nuestros güeyinos (ojos) junto a la puerta del local. Cubitos de hielo sobre  una placa de hielo. Algún noruego los habría tirado ahí. Es como arrojar una cerilla encendida al fuego. Curioso. La noche estaba preciosa pero hacía un frío del copón, con lo cual mi yo de ese momento se alegró mucho de que mi yo de esa tarde comprara unos supercalcetines de lana.

 
A la mañana siguiente visitamos el mercado de pescado, el castillo y las casas del Bryggen. Hechas de madera, tienen unos cuantos siglos a sus espaldas, así como el encanto de la historia de uno de los puertos más importantes de Noruega, que en otro tiempo le dio la capitalidad de la nación a esta pequeña ciudad. Proseguimos con nuestro paseo y encontramos frente al mar y para mi sorpresa un enorme tótem indio regalo de la ciudad de Seattle, con la que Bergen está hermanada, entre otras muchas.


Después de comer nos dirigimos al hotel para recoger las maletas y encaminarnos a la estación donde cogimos el tren de vuelta a casa, en esta ocasión sin contratiempos.

3 comentarios:

  1. De vez encuando le hecho un vistazo a tu blog ^^ me alegra saber que te va bien por esas tierras heladas XD
    un beso!!!

    Natalia

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  2. jiji, ¡que bueno!
    Por cierto, toy aprendiendo un montón de vocabulario bable con tu blog!

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  3. Nati, cuando dices heladas no sabes cuánta razón tienes. Estos días estamos de transición entre la era del humus(hojas+agua -> masa en descomposición superresbaladiza) hacia la era del hielo(extraresbaladizo)XD. Me alegra saber que la gente se acuerda de mí por Asturias.

    Un beso!

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