miércoles, 17 de noviembre de 2010

Capítulo III: Torastua

Llegamos a Torastua poco antes de la medianoche, lo cual no significa que cuando llegáramos fuera completamente de noche. De hecho, nunca lo fue, esa es parte de la magia del Círculo Polar en verano. Pero, ¿qué es Torastua? ¿Qué concepto se esconde detrás de este nombre? Aquellos que sepan noruego se habrán dado cuenta de que significa literalmente “el lugar de Tora”. Lo que nos conduce a la siguiente pregunta. ¿Quién es Tora? Pues una señora que estuvo viviendo ahí desde antes del año 1900 hasta el 1960. La casa, situada en el pueblo de Mærvoll a orillas del fiordo de Steinfjord y en la isla de Vestvågøy, se conserva prácticamente como en tiempos de Tora, salvo que hay zonas remodeladas. Llama la atención su color amarillo, pero sobre todo que tiene pelo. Bueno, esto es un decir, realmente el techo está cubierto de hierba, no seca, sino plantada, lo que hace que se encuentre aun más en comunión con el paisaje. 


Junto a la casa además había una mesa y unos bancos hechos con madera de árboles de Siberia. Esto se debe a que los ríos siberianos arrastran los troncos y van a parar al mar cuyas caprichosas mareas envían la madera a, por ejemplo, un fiordo noruego.

 
Al llegar estaba esperándonos el actual dueño de la cabaña, Finn, un señor noruego muy majo y muy hablador que nos estuvo enseñando nuestro hogar temporal durante un buen rato. Al llegar, cansados y con frío, entramos en contacto un tanto amargamente con una de esas costumbres que tienen los noruegos: nada de zapatos en casa. Dado que la cabaña aun no estaba caliente, caminar en calcetines junto al cansancio y que el señor tenía muchas ganas de hablar nos generó cierta mala hostieja. Así que nos fuimos todos a dormir un poco fartucos (hartos) de todo.
¡Ay! No hay nada como unas cuantas horas de sueño para ver las cosas desde otra perspectiva. La luz del día llenaba de alegría la casa. Era esta una cabaña muy antigua. En mi opinión es un museo etnográfico donde puedes dormir. Me recordó mucho al museo Skansen de Estocolmo. Empecemos por el principio, que asumo es la entrada.
Entramos en Torastua. Nos quitamos los zapatos para no ensuciar. Frente a la puerta principal se encuentra el baño. Llega ese momento tenso que todo el mundo sufre cuando va fuera de casa. Por favor, solo pido que el baño sea mínimamente decente. No sólo es decente, sino que está muy bien. Está totalmente nuevo y además la calefacción es digna de una sauna. Tengo que contar que mi primera visita a esa estancia resultó curiosa. ¿La razón? Al tirar de la cadena del inodoro empecé a oír un ruido que procedía de la ducha. La cosa se quedaría ahí si no fuera porque el ruido parecía el gruñido de un jabalí. Era un sonido que me resultaba hilarante y por eso cada vez que salía del baño lo hacía partiéndome de risa.
Salimos del baño y entramos en un espacio que conecta la entrada con el resto de la casa y de paso es la cocina. ¡Cuidado con la cabeza! Clonc. Demasiado tarde. El techo de la casa en general está bastante bajo, pero en el centro de la cocina hay una viga de madera muy zalamera que rebaja considerablemente la altura de dicha estancia. Por supuesto, la estatura que hace que mi hermano y yo nos salgamos de la media española, provocó innumerables colisiones con sus inherentes blasfemias. No me preguntéis cómo pero Dani, que mide exactamente lo mismo que yo, no se pegó ningún cabezazo. Otro de los elementos peculiares de esta zona era la cocina en sí misma, que como poco tendría unos 50 años. También era interesante el fregadero, que con su bajura permitía simultanear la labor de fregar de cacharros con la ducha.
Salimos por la siguiente puerta y giramos a la izquierda, de forma que vamos a parar a la salita. El techo es menos agresivo que en la cocina, aunque la abundancia de alfombras favorece el tropezón. Por no mencionar que el suelo era un tanto cóncavo, es decir, que estaba ahuevado y en más de una ocasión estuve a punto de caer de forma espontánea. Un sofá, alguna butaca, una mesa para comer y cuatro sillas. ¿Todas iguales? No. Una de ellas ocupaba una posición preferente, frente a la ventana, de cara al fiordo. A lo largo de los días que allí pasamos rotamos de forma que todos nos pudiéramos sentar en ese lugar y contemplar las vistas mientras comíamos. Entre los elementos más peculiares de la salita se encontraba un armario donde se guardaban los cubiertos que había pertenecido a la familia de Finn, el dueño de la cabaña. El mueble era tan antiguo que nos daba miedo hasta mirarlo por si se rompía. Cabe mencionar que en una de las ventanas había por la parte exterior un termómetro cuya escala era igual sobre y bajo cero. 



Al final de la salita había dos puertas, dispuestas simétricamente tras las cuales se escondían sendas habitaciones. A la derecha y de color rosa se encontraba la habitación de N. Esa era indefectiblemente su habitación. No es que el color rosa le guste exacerbadamente (no, ese sería el verde N) y que no se la dejara a nadie más, sino que era la única capaz de entrar en la cama. Con su 1.70m (aprox) de estatura estaba encajada en aquella pieza de museo. Esta habitación disponía además de una alegre a la par que enorme araña en la ventana, aunque afortunadamente se encontraba en el exterior.


La habitación contigua era la de mi hermano. ¿Cómo describir este recinto? Quizás la palabra más correcta sería cubículo. Es cierto que tenía las mismas dimensiones que la habitación de N, pero es que N no tiene las mismas dimensiones que M.A. El 1.88m de mi hermano era exactamente la misma medida que tenía el techo, así como el ancho, que ocupaba completamente la cama. Talmente parecía el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. Otro detalle peculiar de esta estancia es el papel pintado de las paredes que se extendía también al techo. El estampado de ¿flores? era absolutamente psicodélico e incitaba a tener sueños surrealistas. Comentamos que podría tener alucinaciones en las que vería ovejas caminar por el techo al estilo Trainspotting. Cabe mencionar que tanto en estas habitaciones como en la salita se podían observar en las paredes antiguos tapices con diversos motivos como, por ejemplo, un pato mordiéndole el trasero a un guaje (niño).


En el piso de arriba dormíamos Dani y yo. Al salir de la cocina a mano derecha nos encontramos unas escaleras. No eran unas escaleras habituales con sus escalones amplios y su barandilla. Eran unas escaleras torastuenses. Para empezar podríamos decir que era más bien una escala. Subir esto en calcetines lo hace más divertido porque el coeficiente de rozamiento es menor y el grado de hostiabilidad aumenta. Sin embargo, sí que había barandilla. Bueno, quizás no exactamente, pero en su lugar había una soga clavada desde el piso de abajo al de arriba que evitó en innumerables ocasiones que me cayera al subir o bajar (con los cabezazos ya tenía bastante). También contribuyó el descubrimiento por parte de Dani de un método para bajar que consiste en sentarse en el suelo del piso de arriba y dejar las piernas colgando, de modo que la escalera se reduce a sólo dos escalones, lo cual disminuye en gran medida la posibilidad de caída. 


Bueno, ya estamos arriba. ¿Cómo describir la estancia? ¿Ático? No. ¿Buhardilla? No. ¿Desván? Puede ser, aunque yo prefiero llamarlo tená. No teníamos exactamente una cama, sino más bien unos colchones situados en una especie de altillo al que se accedía subiéndose a una caja de madera y pasando a través de algo similar a una ventana que contaba con unas alegres cortinillas. Puede que así contado suene algo cutre, pero era muy adorable y acogedor. 


La cabecera, por llamarlo de alguna manera, estaba justo al lado de una ventanita que estaba de cara a las montañas. Muchas veces tratamos de ver a través de ella la aurora boreal, pero no hubo suerte. En el piso de arriba había también una habitación a la que no se podía acceder, aunque pudimos contemplarla desde la puerta. El motivo de la restricción era que habían estaba haciendo estudios en esa estancia y parece ser que la madera data del siglo XVIII, lo cual apoya la hipótesis de que Torastua es una pieza de museo. 

Junto a la casa había una especie de chabola, que en su día fue una cuadra, y donde había que ir a tirar la basura. Este recinto tenía un sofisticado sistema de cierre consistente en una tarabica.
Bueno, pues ahora que ya sabemos qué es Torastua podemos proseguir el relato de los acontecimientos, pero mejor otro día.

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